La historia de una niña, que ella misma cuenta a medida que transcurren su infancia y su adolescencia, deja entrever lo que escapa a los límites de la novela de iniciación. La máquina de proyectar sueños. Fábula autobiográfica es y no es un Bildungsroman ambientado en el barrio de Belgrano. Las razones que la definirían como tal las brinda el argumento: una chica que vive con sus padres y sus dos hermanas en una casona porteña rodeada por un jardín salvaje empieza, de a poco, a descubrir «el borde del fin de la representación». Allí la novela de aprendizaje hace un pliegue. A los trece años, Poe mediante, todo cambia para ella: «Si antes era la niña frágil, de golpe me veo como la niña reptil, acorazada con escamas». La coraza será útil más adelante. Por otro lado, ¿iniciación a qué? A los condicionamientos sociales, a las diferencias de clase, a la multiplicación de deseos, a la risa del lenguaje con ella como una Scherezade en miniatura que pretende ahuyentar los sueños. Pero también La máquina
, como insinúa la protagonista, es una construcción narrativa, un artefacto de ficción escrito bajo la urgencia de un exorcismo: «Arrastrada, succionada por el muerto, quedé muerta, después resucito y ahí
¡zombi!, como quedan todos los que tienen alguien que aman muerto». Contar la historia del hechizo quizá pueda salvarla.
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